Jueves 28.03.2024
Actualizado hace 10min.

El final de un largo camino

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Por Sergio Rubin Casi mil años debieron pasar para que un pontífice y un patriarca ortodoxo ruso se reunieran después del Gran Cisma de Oriente y Occidente de 1054, el principal del cristianismo. Ese sólo dato es lo suficientemente elocuente de la relevancia histórica del encuentro que mantendrán el viernes en el aeropuerto de La Habana Francisco y Kirill, según acaban de anunciar ambas iglesias. No se trata sólo de mensurarlo por el tiempo, sino por la profundidad de un recelo que llega hasta nuestros días. Y que, gracias a un proceso de medio siglo, a una combinación de circunstancias políticas y religiosas y a la vocación dialoguista de los actuales líderes de las dos comunidades cristianas más importantes, será posible. Nunca existieron grandes diferencias teológicas entre católicos y ortodoxos. El cisma tuvo más que ver con cuestiones políticas: la división del Imperio Romano en dos partes y la competencia por la supremacía del mundo cristiano. Por un lado, Roma como sede del papado, y Constantinopla, capital del Imperio Bizantino. De hecho, fue una circunstancia extra religiosa la que disparó en 1054 las excomuniones mutuas: que el patriarcado ortodoxo se negara a ayudar a Roma ante el avance normando en el sur de Italia. Pero ese fue sólo el comienzo de siglos de conflictos, que profundizaron la división. La masacre de católicos a manos ortodoxas en 1182, la captura de territorios bizantinos por los cruzados y otras fuerzas católicas, que incluyó la conquista y saqueo de Constantinopla en 1204, fueron parte de la saga. El estudioso Jesús Bastante consigna que “la opresión católica en los territorios ocupados dejó tal profunda huella en la psique colectiva que aún se puede rastrear en la desconfianza que profesan ciertas Iglesias ortodoxas nacionales –la serbia, la rusa o la griega– hacia los países de Europa Occidental. Muchos ortodoxos tampoco perdonan que los europeos occidentales se negasen a ayudar a los bizantinos contra los turcos musulmanes en 1453, año en que estos tomaron Constantinopla”. Por lo demás, la Iglesia Ortodoxa Rusa sobrevivió a la terrible persecución del régimen soviético, con miles de clérigos exiliados y asesinados, y un temporal alineamiento político que le permitió cierta subsistencia pública. Hoy 75% de los rusos se declara cristiano ortodoxo y 41% miembro de la Iglesia ortodoxa. Pero el recelo a la Iglesia Católica se manifiesta con la acusación de hacer “proselitismo” en Rusia. El deshielo comenzó en 1965, tras el Concilio Vaticano II, que abrió las puertas católicas al ecumenismo (la búsqueda de la unidad de los cristianos), y el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenagoras I levantaron las excomuniones. Con la llegada de Juan Pablo II al papado, se acrecentaron los esfuerzos para un encuentro. El Papa polaco soñaba con ir a Moscú. Pero el entonces patriarca ruso Alexis II encarnaba la reticencia de la ortodoxia rusa. Con la llegada del osado Francisco y de Kirill, las gestiones se profundizaron. La persecución a los cristianos en Medio Oriente fue un acicate. Pero sólo se logró en un escenario neutral y sin la pesada carga de enfrentamiento que conllevan las tierras europeas. Es una paradoja que Cuba, con un régimen ateo, sea el escenario. Y su presidente, Raúl Castro, en buena medida, facilitador tras el acercamiento con EE.UU. promovido por el Papa. Como ayudó también su par ruso, Vladimir Putin, de buen diálogo con Francisco. Así, la política terminó cerrando el círculo de un hecho histórico

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